Sabana del Yarí, anfitriona de la paz

yari-todo

Por Alexa Schulz

Luego de 52 años de lucha insurgente, el 17 de septiembre de 2016, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo (FARC-EP) iniciaron el proceso de convertirse en un movimiento político legal, al dar comienzo a su último cónclave como organización armada. Desde 1965 se habían realizado nueve conferencias nacionales guerrilleras, en las que salieron las directrices político-militares que orientaban su accionar a los múltiples frentes distribuidos por toda la geografía colombiana.

A la X Conferencia de las FARC-EP, tuvimos la oportunidad de asistir más de 800 periodistas con el propósito de ser testigos y comunicadores de lo que sería el inicio de una paz estable y duradera para Colombia. Seríamos testigos, además, del inicio de la reconciliación y el fin del conflicto que por más de medio siglo ha vivido el pueblo colombiano. Era la primera vez que se reunía el secretariado del grupo revolucionario, ante los medios de comunicación, para nombrar a sus delegados en lo que sería el proceso del posconflicto. Colombia, y tras ella la comunidad internacional, posaban su mirada y sus esperanzas en la Sabana del Yarí, una extensión de llanos de aproximadamente 364 mil hectáreas, cuya tierra desnuda y tranquila servía como escenario para ver germinar la paz en el país. Sin embargo, para hacer parte de esta X Conferencia tuvimos que adentrarnos en el corazón del Yarí. Para llegar allí recorrimos tres horas desde la capital del departamento del Caquetá, Florencia, hasta San Vicente del Caguán (suroriente colombiano), vestigio de un anterior e infructuoso acercamiento entre el gobierno de Andrés Pastrana y el grupo revolucionario, para luego continuar por cinco horas más en carro, por una vía destapada hasta llegar a nuestro punto final, El Diamante.

A pesar de que las condiciones de las vías que no eran las más cómodas para el viaje, el recibimiento de las FARC, así como su organización, fueron las mejores. Igualmente los cambios del clima, que oscilaba indeciso entre el calor sofocante, la lluvia y la humedad, no fue impedimento para lograr nuestro objetivo.

Las instalaciones donde nos hospedamos, campamentos compartidos: invitados y guerrilleros dormimos a la luz y sombra de “cambuches” dotados con sus respectivas colchonetas, cobertores y el toldillo. Todo nuevo, preparado para la comodidad de cada uno de los asistentes, como efectivamente lo fue. Tampoco faltó la comida, la hubo en abundancia. Contrataron una empresa para que preparara las tres comidas diarias y tenían tiendas para que siempre pudiéramos “picar algo más” en caso de emergencia.

Sin embargo, e irónicamente, el único fallo de esta conferencia fueron las dificultades de comunicación. Aquellos que no contábamos con equipos de alta gama para el periodismo, tuvimos que soportar largas filas esperando un turno que nos daría quince minutos de conexión a la red. Quince minutos que, además, teníamos que costearnos a un precio bastante elevado.

Los campamentos que compartimos con los guerrilleros no tenían baños ni duchas. Sin embargo, en sus cercanías podíamos disfrutar de un caño de aguas transparentes, así como de unos baños o “chontos” organizados, que se encontraban ubicados lejos de los campamentos. Lo importante fue que el ambiente en estos espacios permitió fortalecer las incipientes relaciones de convivencia veraz y pacífica, y que pudimos reconocer a los guerrilleros, dejando a un lado la historia del conflicto, como nuestros vecinos y amigos, como ese otro rostro de Colombia que, como el otro, deseaba igualmente la paz. Veíamos en ellos disposición y una completa entrega en este primer encuentro: trabajaban con diligencia para armar nuevos campamentos, conforme llegaban más invitados, y los abastecían con los elementos necesarios. Se acercaba el día cero de la conferencia y debía estar todo preparado para la gran fiesta.

Todos en ese momento éramos iguales; libres de las investiduras de sediciosos políticos o víctimas. Todos celebrábamos la oportunidad que nos brindaba esta coyuntura  de paz y reconciliación: una sociedad libre de armas y uniformes, pronta a iniciar un nuevo modelo de vida. Ellos, nuestros huéspedes, reían, conversaban, siempre dispuestos a las fotos o a las entrevistas. Cada día teníamos reuniones con algún comandante que nos informaba sobre lo que estaba sucediendo y las decisiones que se tomaban.

La primera reunión siempre comenzaba a las siete de la mañana. A esa hora éramos los periodistas quienes marchábamos en busca de la información. Ellos ya no marchaban. Nos habían adaptado una gran sala dotada de electricidad para nuestros equipos, con espacios para trabajar, concentrarnos y conseguir la información y las fotos necesarias para nuestras historias y mensajes.

En la tarde, los comandantes nos daban las  entrevistas. Corríamos en busca de Santrich, Fabián Herrera, Alexandra Nariño, Pastor Alape o Victoria Sandino. Todos dispuestos a contestar nuestras preguntas y posar para nuestras cámaras. Editar, escribir, corregir y publicar las buenas noticias que se sentían en la atmosfera de este inicio del fin del conflicto armado fue nuestra tarea cotidiana durante los 9 días que allí estuvimos. Así transcurrieron los días, entre fotógrafos tratando de conseguir la mejor imagen, corresponsales escribiendo la mejor historia y la guerrillerada compartiendo su experiencia.

Después de las jornadas de trabajo, siempre hubo espacio para la cultura, la música y el baile. Cada día había un grupo diferente de artistas que entretenían a invitados y a huéspedes por igual.

Fueron días buenos, días en que los colombianos tuvimos la oportunidad de reencontrarnos con nuestros compatriotas y hermanos. Sin embargo, hubo encuentros más reales, pero no por eso menos dichosos: madres que buscaban a sus hijos después de haberlos visto partir hace muchos años. Momentos que quedaron grabados en el lente de muchos de nuestros fotógrafos.

Partimos de la sabana del Yarí, magnífica anfitriona de la paz, con la nostalgia de dejar en la selva la esperanza, los deseos de los jóvenes por conseguir la paz y dejar las armas para comenzar de nuevo. Ellos con el deseo de regresar a sus casas, encontrarse de nuevo con sus familias, estudiar, organizar sus vidas con la tranquilidad de no ser perseguidos ni juzgados, sino perdonados por las víctimas que tuvieron que vivir de igual manera el horror de esta guerra.

Acerca de Alexa Schulz

Periodista.
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