El karma de los colombianos en el exterior

Por: Alexa Schulz

Hace poco me preguntaron qué cambiaria de mi entorno e inmediatamente vinieron muchas ideas a mi cabeza: política, inseguridad, pobreza…., pero como estoy lejos de mi país pensé que aquello que más me molesta es la fama de ser narcotraficantes.

Había escuchado muchas historias acerca de las experiencias contadas por colombianos que se encontraban fuera del país, pero ahora ha llegado la hora de contar mi propia historia, mi propia experiencia.

Cuando salí de Colombia en el 96, estaba feliz, llegaba la hora de partir hacia Alemania, un país en gran parte desconocido para mí. Muchas horas después, cuando aterrizó el avión, no sentía ninguna clase de cansancio, había llegado al mundo soñado, al mundo construido con pedacitos de historias, fotografías, artículos de revistas o libros del idioma.

Era la primera vez que me alejaba de mi terruño y había llegado al país más perfecto, organizado y correcto, no había otro mejor, nada podría ser mejor que la decisión de convertirme en una feliz inmigrante. Pero no pasó mucho tiempo cuando comencé a sentir los efectos de mi nueva condición. Aquellos momentos en que debia comunicarme, aún para las cosas más simples, pero que sólo después de muchos gestos, muecas y formas con las manos me hacia entender.

Dos semanas más tarde, asistí a mi primera reunión de amigos. Estaba muy nerviosa pues vería por primera vez a los protagonistas de muchas historias antes contadas, travesías por toda Europa en bicicleta, viajes al medio Oriente y conocedores de varias culturas. Nada podría salir mal en una noche con gente en parte ya familiar para mí.

Tenía preparadas varias historias sobre nuestra cultura, las hermosas flores, montañas, esmeraldas y la característica alegría, en fin, acerca de todo lo bello que hay en mi país. Pero para sorpresa mía, después de la corta presentación, mi nombre y “vengo de Colombia”, me fulminan con las primeras preguntas: ¿Del país de Pablo Escobar? ¿La mejor cocaína del mundo? Sólo pude contestar muy desilusionada: “Sí, de Colombia”. Mi paciente pareja sólo podía traducir textualmente cada pregunta formulada y mis escuetas respuestas.

Quise dar la pelea contando que no todo era cocaína, narcotráfico y Pablo Escobar, pero mis discípulos no estaban interesados en conocer más allá de esa realidad que sufrimos y, claro, no faltaron los chistes graciosos sólo para ellos acerca de futbolistas y las famosas líneas blancas.

Han pasado muchos años de la muerte de Escobar pero la gente insiste en mantenerlo vivo, ni con su muerte acabaron todos los males del país, como se pensaba, más aún, atravesó fronteras y permanece muy campante en el recuerdo de viejos y algunos jóvenes que ni idea tienen acerca de quién fue el capo de Medellin.

Mi pesar y tortura no terminaban allí. Tenía poco tiempo de ser inmigrante y ya habían comenzado las dificultades de adaptación, faltaba cargar desde ese instante con la fama de otros colombianos que decidieron hacer historia a su manera… y de qué manera.

Ahora ya no falta momento donde alguien venga y pregunte por Pablo Escobar o el cartel de Medellin, si nuestra cocaína es en verdad la mejor o realice (otro mal chiste) el famoso gesto de pasar su mano por debajo de la nariz y preguntar si tengo un poquito de la blanca.

Pero todo esto no parece ser suficiente, ahora tenemos las famosas narco novelas y otras películas hechas en Colombia, las cuales podemos ver en cada festival de cine organizado en Europa, y que contienen guerra, violencia y mucha cocaína, así terminan creyendo que la mayoría de colombianos andan armados y que se puede comprar droga en cada esquina.

Para finalizar con mi karma y el de muchos otros inmigrantes colombianos, me pregunto si es que acaso nuestra historia ya está escrita y el pasado es imborrable, y si es que debemos seguirla exponiendo como si fuera orgullo patrimonial en cada película y libro escrito por los recién liberados o reinsertados, que siguen alimentando esa terrible fama de ser colombianos.

Acerca de Alexa Schulz

Periodista.
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